miércoles, 5 de diciembre de 2007

Rajasthan, la morada de los príncipes.

Cuando hace años entré en contacto con la India ( bueno, con una de las muchas Indias que coexisten...) lo hice visitando el Rajasthan, la patria de los "Rajputs", famosos por su caballerosidad, valor y heroismo. Es una tierra donde abundan los fuertes situados en colinas, los lagos, ciudades medievales, templos y palacios de mármol.
Precisamente fue en uno de estos palacios, el "Lake Palace Hotel", donde nos alojamos en nuestra estancia en Udaipur, ciudad por la que empezamos nuestra visita.
Este palacio de verano, construido por el Maharana Jagat Singh, en mármol blanco y situado en medio del Lago Pichola, nos dejó deslumbradas cuando lo divisamos desde el embarcadero en que cogimos un pequeño barco que nos trasladaría hasta él.
Si de lejos nos pareció fascinante, esta fascinación no desapareció en absoluto al conocerlo por dentro, con sus preciosas instalaciones, la belleza de sus patios desbordantes de flores, sus fuentes, la laguna de los lotos y tantas y tantas cosas que no vienen al caso porque de lo que quiero hablar es de Ganesha, un muchachito indio al que conocimos al bajar en el embarcadero, al día siguiente, para recorrer la ciudad de Udaipur. Se acercó a nosotros y se ofreció a servirnos de guía. Como hablaba muy bien el inglés, aceptamos su ayuda que resultó muy valiosa porque con él recorrimos las calles llenas de vida, en las que nos mezclamos con las gentes y excusado es decir con las omnipresentes vacas. Visitamos un templo hindú y otro jainista donde un sacerdote se ofreció a contarnos la historia de los dioses que se veían en los distintos altares y también nos llevó a ver un "festival de mujeres". Por el camino entrábamos en alguna tienda donde comprar, pinturas miniatura o cajitas de plata y Ganesha, paciente esperaba sentado en la puerta a que acabasemos nuestras transacciones.
Después nos buscó un rickshaw, especie de triciclo motorizado y traqueteante en el que regresamos, en medio de motos, gente, vacas, furgonetas y en el que parecía que a cada rato íbamos a tropezar con el vehículo que venia de frente, pero el conductor los esquivaba y el viaje transcurría en medio de risas y sobresaltos.
A partir de este momento y durante los días que permanecimos en este hotel, Ganesha, que a diferencia de otros niños indios iba muy limpio y con el pelo muy repeinado y brillante nos esperaba siempre en el embarcadero y´recibía con placer los obsequios que le ofrecíamos ya fueran jaboncitos, champú o dulces que cogíamos en el hotel para darle, aparte de una merecida propina.
Le gustaba contarme cosas de su familia y de lo que estudiaba en la escuela. Uno de los días se acercó a él un hermano mayor y me pareció que lo recriminaba, así que cuando se fue le pregunté que pasaba y me dijo avergonzado que había latado al colegio y ese era el motivo de la riña familiar. Ganesha había estado "playing truant" por estar con nosotros. Cuando nos fuimos de Udaipur allí estaba en el embarcadero y su triste carita morena fue lo último que vi antes de salir de esa ciudad.